UNA REALIDAD COMPLEJA IGNORADA POR LOS ENEMIGOS DEL
ACTUAL GOBIERNO NACIONAL
Sin duda estamos entrando en un callejón sin salida: por
un lado, los subversivos alzados en armas pretenden acorralar al gobierno para
obligarlo a negociar en unas condiciones que los favorezcan. Saben claramente
que esta es una guerra perdida, no militarmente, sino políticamente. Cada día
que pasa, más gente los rechaza y los aísla, porque intuye que la tozudez de
los guerrilleros genera más muertes y crea un ambiente enrarecido, sin futuro.
La supervivencia de estos grupos alzados en armas,
depende de tácticas delincuenciales que ellos pretenden hacer pasar por
acciones revolucionarias. Pero no es revolucionario secuestrar niños y niñas
para someterlos a la humillación, al maltrato y para frustrar su niñez y su
pubertad. No es revolucionario “vacunar” a los campesinos, a los tenderos y
camioneros de las veredas en las zonas rurales y en las carreteras, so protesto
de que deben sostener una guerra contra los enemigos del pueblo. La guerra no
puede ser el capricho de unos cuantos, la guerra es la última estrategia que
los pueblos deben utilizar, cuando no existe otra posibilidad para hacer valer
sus derechos; pero en mi opinión ese no es caso en Colombia.
Las pasadas elecciones son la comprobación de esa
elemental situación. La derecha ganó la mayoría de las alcaldías en el país,
hizo mayoría en los concejos y las asambleas, dominó el Congreso nacional y
tiene en jaque el gobierno del presidente Petro. Claro está que esto no es
acertado, ni correcto, pues de lo que se trata no es de impedir la
gobernabilidad, sino de facilitarla, de hacer posible la creación de un nuevo
ambiente social y político en el país. En otros términos, se trata de buscar
caminos que den la oportunidad de participación constructiva a todas las
fuerzas política que obtuvieron representación. La estrategia no puede ser ni
por parte del gobierno, ni por parte de la oposición, impedir el correcto
tratamiento de las contradicciones que surgen en el desenvolvimiento de los
acontecimientos nacionales.
Los derrumbes, las inundaciones, el hambre, la
enfermedad, la desolación de millones de nuestros compatriotas, y el
crecimiento de la delincuencia, no tienen color político. No se puede seguir
pensando absurdamente que la pobreza y la enfermedad desatendidas, son el
resultado, de la pereza, o de la indiferencia de quienes las padecen. Incluso
la pasividad de sectores grandes de la ciudadanía colombiana no es el resultado
de su propia indiferencia y estupidez, como suelen pensar algunos, o de su
individualismo como piensan otros. Es al revés, esa pasividad es el resultado
de los engaños, de las mentiras, de la ineficiencia de los gobernantes en los
distintos niveles de la administración pública y de los sistemas de
financiación que además de amarrar a los candidatos a los caprichos y deseos de
sus financiadores, generan olas de corrupción casi incontenibles.
La política dejó de ser una vocación y una oportunidad de
servicio a las comunidades, para convertirse, salvo el excepcional caso de
algunas escasas personalidades, en el medio más eficaz para acumular riqueza
mal habida. Y es que decir esto, no es afirmar que todos los políticos o que la
mayoría de ellos son corruptos, no solamente porque además de la corrupción, hay
ineptitud en muchos de ellos, sino porque la recortada visión de la mayoría de estos
“políticos”, nos les permite ver el sufrimiento de grandes conglomerados de
ciudadanos colombianos y, a causa de esta miopía, causar malestar, frustración,
desconfianza y desilusión en los sectores populares de la sociedad colombiana.
Entonces, esa izquierda militarista y también la
electorera, deberían dedicar sus esfuerzos antes de hacerse matar o elegir, a
crear la fuerza consciente de hombres y mujeres que deseen con todas sus
fuerzas cambiar este orden de cosas y construir una nueva sociedad basada en una
ética del respeto en todo sentido, de la laboriosidad, de la dignificación de
la vida y de las personalidades, de las oportunidades de trabajo y desarrollo.
Una nueva ética que no otorgue privilegios al capital, que lo obligue no solamente
a autorreproducirse y a no crecer desmedidamente, a no ser vehículo de
humillación y sumisión para las mayorías, sino de liberación, crecimiento
intelectual, ético y moral, dentro de un espíritu de libertad y participación
crítica. Aprender a ser críticos es otro de las grandes tareas que tenemos. La
crítica no es solamente negar o decir que no estamos de acuerdo. La crítica,
como enseñaron algunas escuelas de pensamiento, de la Grecia antigua, exige
autoconocimiento, autocritica, por lo mismo. Recordar el proverbio cristiano,
muestra de humildad, sencillez y modestia que dice así: “no mires la paja en el
ojo ajeno, sin ver la biga que ciega el tuyo”. Esa es una buena pauta de
comportamiento. No somos dioses, nadie lo es; somos humildes humanos que
debemos aprender a vivir en comunidad.
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