HUMANIZAR LA TIERRA
Alberto Conde Vera
Tal vez para algunos resulte romántico el título de este artículo. Y también,
posiblemente consideren el romanticismo como un estado de ánimo alienante,
omnibulante¸ un velo tras el cual se oculta una realidad amarga y
dolorosa. Sin embargo, no se trata de
nada parecido. Es por el contrario, una tarea trascendental que Silo dejó a todos los
seguidores y desarrolladores de sus ideas.
Silo, un extraordinario pensador argentino, fundador del Nuevo Humanismo, o
Humanismo Universalista, -quien falleció en el 2010- al igual que los pensadores de la antigüedad griega y que
Michel Foucault, Deleuze y otros ingeniosos y críticos personajes de la
historia del pensamiento divergente en la actualidad, entendió, como ellos, que
realmente el centro de la existencia y del desarrollo social es el ser humano
mismo, por lo que si algún ser necesita de una transformación permanente para sostener
relaciones y nexos reconfortantes, estimulantes, renovadores y creativos
consigo mismo, con los otros y con la naturaleza, es precisamente el ser
humano.
La superioridad sobre los otros no es la meta; no
puede serlo. Construir un mundo para una élite es, como estamos viendo,
construir un infierno. Construirse y reconstruirse continuamente mientras
construye el mundo en el cual quiere vivir, es realmente lo que todo humano
debería estar haciendo consciente o inconscientemente. Mas, si lo que construimos son campos de batalla
para buscar la dominación de los otros, la extinción de nuestra especie será el
resultado final.
Si Jesús, el nazareno, habló del amor como el modo
de vida ideal para la humanidad, deberíamos preguntarnos si él estaba
equivocado. Deberíamos interrogarnos acerca de si ese mundo es posible o no y,
además, intentar comprender de qué hablaba él cuando propuso el mundo del amor.
Somos la única especie que posee la cualidad de proyectar el mundo y las
condiciones en las cuales desea vivir. ¿Por qué, entonces, recurrir a los
modelos primitivos para imaginarlo y construirlo? Porque lo de hoy es
primitivismo puro; y si no qué es la lucha entre rusos y ucranianos o entre
palestinos e israelitas. Si no es posible el diálogo, entonces ¿qué somos?
Seres civilizados, -dicen-, como si la civilización consistiese en el
desarrollo de las armas más poderosas para intimidar a los otros. Según eso, Civilizarse
es aprender a dominar y a someter a los demás. Eso es también según piensan
algunos, la modernidad y hasta la postmodernidad.
Precisamente por eso tiene sentido la consigna
siloista; porque hace mucho tiempo que estamos involucionando, volviéndonos
inhumanos: cual animales absoluta y totalmente insatisfechos, sanguinarios,
despiadados y brutales. Nada nos conmueve más allá de las expresiones
aprendidas y mil veces repetidas fría y cerebralmente. ¿Qué pasa en nuestros
corazones? Dicen muchos tratadistas de la cuestión de la acción, que solamente
lo que está en muestro corazón nos mueve a la acción. ¿Será que el rechazo a la
ignominia social no está en el corazón de la mayoría de los colombianos, aun
cuando gritemos con ardor viva la democracia? ¿Será que son la ambición de dominación
y el odio los sentimientos dominantes en nuestros corazones?
Mirar el mundo de hoy es responder
afirmativamente estas últimas preguntas. Así lo indican las continuas guerras,
el crecimiento de la violencia en las relaciones entre las personas, el
incremento de la inseguridad social en toda la extensión, de esta expresión
social. Las dolorosas migraciones de millones de personas buscando condiciones
de vida y de trabajo más adecuadas que las que tienen en sus propios países. La ira, los sentimientos de soledad, de impotencia, de desamparo, son los más comunes en
el corazón de millones de colombianos abandonados por el Estado, más preocupado
por la riqueza de las minorías, como seguramente ocurre en todo el tercer
mundo.
El mercado, ese monstruo que muchos sueñan con dominar totalmente, se ha
convertido en una continua amenaza, pues ningún productor ni distribuidor de
mercancías puede estar seguro de que las continuas crisis no lo arruinarán, y
todos saben que la anarquía inducida por la competencia nacional e
internacional es inmanejable. El mundo hoy está en una situación crítica: la producción,
aunque exagerada y superior a la demanda, no satisface las necesidades de
vestuario, protección ambiental, alimentación, vivienda y salud de millones de
habitantes del planeta marginados de toda posibilidad, incluso de la de encontrarse
a sí mismos. ¿Por qué tanta indolencia e indiferencia ante el dolor y el
abandono de los otros? ¿Podemos ser una sociedad exitosa sosteniendo este orden
de cosas?
Ahora bien, ¿acaso todo es azar, devenir espontáneo? ¿Qué papel desempeña
el ser humano en todo esto? La sociedad la
conforman relaciones de fuerza y por tanto, relaciones de poder. Distintas
clases y diferentes grupos de muy diversa índole, pretenden darle una
particular orientación al desarrollo social, económico y cultural de esa amalgama
que llamamos las sociedades. Ese ejercicio o intento de prevalecer sobre los
otros es lo que Foucault llama dominación; no poder. El poder para este autor
excluye la violencia y la unilateralidad.
Decía Silo que cuatro son los valores fundamentales que guían la conducta
de la mayoría de humanos “civilizados”: dinero, poder, prestigio y sexo. Y no
de ahora sino desde siempre. No
obstante, y pese al discurso cristiano sobre el amor, el capitalismo exacerba
el deseo de tener, poseer, controlar y dominar. El supuesto básico que alimenta
este deseo de tener es la creencia según la cual cuanto más se tenga, mayor
seguridad y mayor posibilidad de éxito. ¿Será este un supuesto válido? Nuestra
realidad parece desmentirlo. Nadie, no importa cuánto tenga, está seguro. Por eso
se ve obligado a gastar cientos de millones de pesos para evitar que la
criminalidad lo someta. Entonces, preguntamos; ¿qué hacer? ¿De qué sirven las
reuniones anuales entre trabajadores y dueños del capital en nuestro país y en
el mundo? ¿Acaso estas reuniones giran en torno de la necesidad de aliviar el
dolor que la miseria causa en millones de nuestros compatriotas o de los
ciudadanos pobres del mundo? Creo que, por el contrario, giran alrededor de los
problemas básicos de dos sectores: los inversionistas y el sector obrero ya
contratado, quienes tienen resuelto el problema fundamental humano: la
supervivencia.
Renglones arriba sostuve que el capitalismo exacerba las ansias de posesión
y dominación posiblemente porque la competencia conduce inevitablemente a la
fusión con, o a la eliminación del otro; y esta circunstancia conduce a nuevas
formas de control y dominación de amplios sectores de la producción. Poco a
poco, cada vez menos, son dueños de más. Así se desarrolla la monopolización.
Ahora bien, esta fase fue ya recorrida hace mucho tiempo por los países de
mayor y más alto desarrollo capitalista. Llegamos tarde y esto genera dependencia.
Por eso necesitamos una revolución científica y tecnológica. Hay que revolucionar
las universidades, en especial las públicas; hay que incrementar el número, la
calidad y cantidad de las investigaciones. Necesitamos que el sector privado financie
y promueva investigaciones; pero no solamente en cuanto a nuevas tecnologías, materias
primas e insumos utilizables en la producción, sino también en cuanto al
desarrollo cultural y social. Principalmente en este punto necesitamos saber
qué está pasando en las relaciones de poder que se generan en los sectores
populares.
Bien, todo esto, ha llevado a la concentración y centralización del
capital, de la distribución de los productos y la riqueza que se concreta en
otras formas como la monopolización de la producción y de la tierra. Y esto son
procesos que ya ya no tienen un carácter exclusivamente nacional sino mundial. monopolios que
llevan a que firmas de ingenieros cuyo
objetivo es la construcción de grandes vías, puentes y otras obras, así como constructoras
de vivienda, canales de riego y puentes, son propiedad de banqueros que financian
campañas políticas y consiguen así hacerse a los contratatos adjudicados por el
Estado. Es una irracionalidad absoluta; o mejor una racionalidad que supone el
derecho de los más ricos a controlarlo todo y poseerlo todo. Y uno se pregunta:
¿para qué entonces la política?
La apropiación y monopolización de fuentes de materias primas y recursos
naturales son hoy en realidad, las fuentes principales de conflictos. Y todo
esto, así mismo, es la razón de ser de una nueva revolución de las consciencias
como la que produjo el cristianismo en occidente. No podemos seguir creyendo
que la pobreza es el resultado del descuido, la pereza o falta de aspiraciones
de la gente pobre. Esa es una visión no solamente descalificadora, sino además
torpe y mezquina de nuestra compleja realidad.
Apenas hace unos días alguien me contó de una entrevista con un joven de apenas
16 años que culminó sus estudios de bachillerato, y a la pregunta de cómo se sentía, respondió
que con rabia por la falta de oportunidades. Así que se trata de eso: de generar
un mayor desarrollo empresarial que rompa con esas dependencias en relación con
el pequeño grupo de grandes inversionistas que controlan al Estado. La cuestión
es abrir posibilidades para fortalecer y diversificar el mercado nacional, hoy saturado
por la importación de cientos de productos importados que pueden ser producidos
aquí. Se trata también de una transformación en nuestro modo de ser y de
relacionarnos; no más “usted no sabe quien soy yo”. Todo ser humano es valioso
y respetable por el solo hecho de existir. Y si nos asociamos y luchamos por
nuestra independencia como nación, ha debido ser precisamente para hacernos reconocer
como seres pensantes, amorosos, resolutivos y creativos y no simplemente para entregar
todo el poder de decisión a una casta de terratenientes criollos, en reemplazo
de los españoles. Esa es la revolución cultural que necesitamos. Una que haga
de cada colombiano un ser con pleno derecho de ejercer su capacidad creativa,
emotiva y ejecutiva plenamente. Una revolución para convertirnos en una nación
grande y respetable ene el concierto internacional y en la que los valores guías
sean la empatía, el amor bien entendido, la paz, la libertad, el trabajo
responsable y creativo y la solidaridad.